
"...el cine es como un álbum familiar, lleno de fotografías de la familia. Un país sin cine es un país sin memoria, ¿qué tal Italia sin cine, España sin cine, Estados Unidos sin cine? Uno ve y conoce cómo son estos países a través del llamado séptimo arte: desde sus ideologías hasta la forma de vestir está implícita en las producciones de cada país". Carlos Mayolo. (Informativo Semanal de la Universidad Autónoma de Bucaramanga - No.106 /29 de septiembre de 2003).
Bogotá, febrero de 2007. El director de cine Carlos Mayolo falleció el sábado 3 de febrero en su apartamento en Bogotá. Como homenaje a su memoria publicamos el texto escrito por sus amigos y colegas Luis Ospina y Sandro Romero Rey, con el fin de postularlo al Premio Nacional toda una vida dedicada al cine, galardón que el Ministerio de Cultura le entregó en el año 2006.
“Toda regla tiene sus excepciones. Para que las reglas se sostengan, es necesario que existan fuerzas que se empeñen en destruirlas, en llevarles la contraria. Carlos Mayolo ha sido uno de los mejores ejemplos de la cultura, o mejor, de la contracultura colombiana que con mayor eficacia ha puesto a tambalear el orden establecido, sin hacer concesión alguna con la vida, ni mucho menos con la muerte. Mayolo ha vivido (y seguramente morirá) sin pararle demasiadas bolas a la desmesura porque es la única manera que ha encontrado para tocar el cielo con las manos.
Sus amigos lo envidiamos. Carlos Mayolo, a punta de escándalos creativos, ha construido una de las obras audiovisuales más contundentes, agresivas y vitales de toda la accidentada historia del cine colombiano. Imperfecta, es posible, pero con una vitalidad que no tiene parangón entre las otras creaciones de sus colegas y compatriotas. Además, Mayolo no sólo creó un lenguaje único e irrepetible, sino que construyó todos los cimientos de una generación de apasionados por las imágenes en movimiento. Quienes han tenido que ver con el cine y la televisión del Valle del Cauca entre la década del sesenta y la década del noventa, tuvieron que haber pasado, necesariamente, a través de la vida de Mayolo. Su nombre, para su generación, ha sido sinónimo de actividad intensa, incansable, de celebraciones pantagruélicas, de proyectos rapidísimos, de noches sin tregua y de aprendizaje a toda marcha.
De su generación cinéfila caleña, Mayolo ha sido el mayor de todos. No sólo en edad, porque nació en septiembre de 1945, sino en resultados. Se puede decir que Carlos Mayolo ha sido el mejor instigador, el mejor impulsor del trabajo audiovisual en Cali y, sin él, no hubiera existido el cineclubismo, el cine documental independiente, el primer film de ficción caleño de los setenta, la obsesión visual por el horror, el gótico tropical, la inserción del cine en la televisión, la locura y el éxtasis. Han desaparecido las copias de sus primeros filmes (hasta en eso Mayolo es un pionero) y de ellos sólo se conservan algunos títulos sueltos como Corrida y El Basuro. Fueron películas que concluyeron la década de los sesenta y que le dieron a Mayolo todas las herramientas visuales para continuar siendo un cineasta. Porque Mayolo nació cineasta. Nadie tuvo que explicarle nada. Con su instintiva genialidad a cuestas, rodó en Bogotá tres películas documentales de hermosas intenciones: Quinta de Bolívar, Iglesia de San Ignacio y, sobre todo, Monserrate, correalizada con el desaparecido Jorge Silva. ¿Para qué y para quién las hizo? Para él, para nadie. Para la historia del cine. En el último título citado, por ejemplo, están, en ciernes, todos los mejores elementos del documental latinoamericano, de Santiago Alvarez a Solanas y Getino.
En 1971 dirigió Oiga vea, un documental sobre los VI Juegos Panamericanos de Cali, aún vivo en la memoria del cine colombiano. Una película que veía los deportes desde afuera de los escenarios, para indagar lo que estaba sucediendo adentro de una ciudad. El contrapunto, la confrontación de planos contradictorios, la dialéctica entre la imagen y el sonido, el encuentro entre “la realidad” y “lo real”, entre lo que se es y lo que se esconde, forman parte del catecismo estético de Mayolo. Así lo podemos ver, de nuevo, en el documental de 1972 Cali: de película, un travieso divertimento sobre la tradicional feria decembrina de la capital del Valle del Cauca. Poco después, el director correalizaría Angelita y Miguel Angel, única película firmada por Andrés Caicedo, a partir de uno de sus relatos. Se trata quizá del primer argumental sobre jóvenes hecho en Colombia en aquellas épocas de urgencias revolucionarias.
Mayolo además fue pionero del movimiento cineclubístico en Cali al fundar varios cineclubes obreros y el Cine Estudio 35. También colaboró con el Cine Club de Cali y ayudó a fundar en 1974 la revista Ojo al Cine, en donde publicó un extenso artículo sobre el cine nacional.
En 1975, hay tres cortometrajes en la filmografía de Mayolo, de diferentes facturas y de diferentes urgencias: Sin telón, sobre el teatro La Candelaria, en la época en que estaban concluyendo la puesta en escena de su obra maestra Guadalupe: años sin cuenta. Ese mismo año realizó el anárquico cortometraje Asunción, uno de los clásicos del cine de sobreprecio colombiano y La hamaca, basado en un cuento de José Félix Fuenmayor, con actores del TEC y buena dosis de feminismo caribeño.
En 1976 hizo un cortometraje titulado Rodillanegra basado en el cuento Un foul para el Pibe del escritor Umberto Valverde. Luego, tras la noticia del suicidio de Andrés Caicedo, vendría a Colombia la sacudida del mediometraje Agarrando pueblo, verdadera cachetada contra la pornomiseria, cine dentro del cine, humor irrefrenable, mezcla de documental y de ficción, para dar como resultado una de las mejores películas colombianas de todos los tiempos. Es mucho lo que ya se ha dicho sobre esta película y los numerosos premios internacionales que recibió en su momento son prueba de ello. Ahora, en el nuevo milenio, se puede ver como una película siempre joven, siempre fresca, siempre provocadora.
En 1978 Mayolo haría un filme en la capital inglesa, junto a María Emma Mejía, titulado Bienvenida a Londres. Otro argumental urgente en su filmografía que da cuenta de la rápida pasión que pudo sentir este caleño exilado por la atmósfera glacial de la Gran Bretaña. A su regreso al país, en la década de los ochenta, comenzó en Colombia la consolidación de las producciones de largometrajes estimulados económicamente por el Estado y la región que mejor se beneficiaría de esta política sería, cómo no, el Valle del Cauca. El primer film de esta generación fue Pura Sangre, con un siniestro Carlos Mayolo en uno de sus roles protagónicos.
En 1983, el mundo vería la aparición de su película de vampiros juveniles Carne de tu carne, localizada en Cali en los años cincuenta, con trasfondo de denuncia política, metáfora de la eternización del poder, buena dosis de fantasmas familiares y una incesante búsqueda por encontrar un estilo personal. Y por supuesto que lo logró. Si hubiese que salvar diez títulos en la totalidad de la historia del cine colombiano, Carne de tu carne tendría que estar allí. Un año después Mayolo rodó para la televisión canadiense El Dorado y La Madremonte, cortometrajes de factura internacional inspirados en mitos y leyendas de nuestra tierra.
En 1985, Focine produjo una serie de mediometrajes denominados Cine en televisión, los cuales se emitían los martes a altas horas de la noche. En esa época, con Caliwood consolidado, Mayolo realizó un hermoso cuento titulado Aquel 19. Al mismo tiempo, dirigió un nuevo documental sobre su ciudad, titulado Cali, cálido, calidoscopio, con buena dosis de viento y ritmos tropicales.
Pasarían tres años antes de que Carlos Mayolo realizase un nuevo largometraje. Su segundo film de largo alcance sería una versión de La mansión de Araucaima de Alvaro Mutis. Esta película es, quizás, el punto máximo del llamado Grupo de Cali, donde se consolidó toda una generación de guionistas, actores, asistentes de dirección, directores de fotografía, sonidistas, directores arte, productores que, hoy por hoy, continúan activos en el cine y la televisión de Colombia. Todos ellos le deben su formación al entusiasmo creativo de Carlos Mayolo.
¿Qué pasó después? Caliwood se acabó, sus protagonistas continuaron desarrollando su actividad en Bogotá y Carlos Mayolo se volvió una superestrella de la televisión nacional, primero como actor de Mi alma se la dejo al diablo y Los pecados de Inés de Hinojosa, luego como realizador de series tales como La otra raya del tigre y, sobre todo, Azúcar y Hombres. La personalidad de Mayolo ha sido definitiva para la llamada “pantalla chica” a finales de la década del ochenta y buena parte de los noventa. Le imprimió a sus series otro lenguaje, otra manera de encuadrar y de contar las historias, le dio dinamismo, piel, identidad, humor. Mayolo construyó y destruyó su propio lenguaje en la televisión, con un riesgo casi suicida, sin hacer concesiones a nada ni a nadie.
A su filmografía se suman títulos que van de las Cuentas claras, chocolate espeso, a los Cuentos de espanto, de los Cuentos de Bernardo Romero Pereiro a Laura, por favor. Fue asistente de Fuga de Nello Rosatti y actor de Werner Herzog en Cobra verde. Hizo cientos de comerciales, terminó la serie Brujeres y ha realizado innumerables trabajos pedagógicos con estudiantes de varias universidades colombianas.
En los albores del nuevo milenio, Mayolo ha quemado las naves y no ha cesado de escribir. Su primera publicación fue su estupendo libro de memorias titulado Mamá, qué hago? Y prepara varios volúmenes más de su experiencia como realizador de cine y televisión. Por todas estas razones, nos parece que es más que justo proponer su nombre para que se haga público reconocimiento a la labor de toda una vida